viernes, 7 de mayo de 2010

Genovevo. Por Adrian Barquín Fors

Este texto se encontraba durmiendo el sueño de los justos en mi correo electrónico. Hasta que di de nuevo con él y se los comparto. El autor es cubano y espero que a ustedes les agrade.


"Tiritaba con fuerza creciente y al tiempo que sus dientes orquestaban una danza salvaje, polirritmia ancestral para cercar al fuego en sus devaneos y timideces, podía jurar que aquel era el frío más grande que había sentido en su vida.

Atrincherado en su sillón de mimbre a la usanza colonial, bajo capas de tejido impregnado de fino polvo enriquecido en la humedad y el oficio de los ácaros y con aproximadamente un vaso de té todavía tibio en su estómago Genovevo vivía de contrabando una convivencia imposible con la presente ausencia de Martha, la esposa que en la juventud le dio carril al ímpetu de sus hormonas y ocio a la desesperada necesidad de vivir en perenne anticipación el suceso anhelado o temido. La veía cruzar la sala, muy ligera de ropa, en olímpica ignorancia de aquel frío glacial que se derramaba sobre la isla como una maldición sin espacio para la clemencia.

Y desesperaba Genovevo en la torpeza de su lengua que se tomaba un tiempo, del que ya no disponía, para tratar de alertar a Martha de su imprudencia y con el desespero la mandíbula batía furiosa y la saliva salía disparada y silbante por entre los dientes, se deslizaba a través de las comisuras para caer sobre el pecho y las manos, pero en vano, su lengua no lograba articular sonido y en ello, cuando se sentía desfallecer de la rabia, se volvía ella y le sonreía y le hablaba con indulgencia para pedirle que se calmara y le hacía, una tras otra, decenas de preguntas con las cuales intentaba adivinar lo que le ocurría: “¿Te duele la cabeza?, ¿Tienes hambre? – siempre tenía hambre pero ahora no era el caso y en lugar de asentir insistía en su intento de tratar de explicarle y movía los ojos como queriéndole decir “tú”, “me dueles tú, me preocupas tú”: pero ella parecía no comprender y continuaba: “¿Te falta el aire?, ¿Quieres agua?, ¿Sientes frío?” – claro que sentía frío pero que importaba eso, era ella quién debía sentir un frío tremendo e imprudentemente no se abrigaba, ¡pero Martha, no te das cuenta que te va a dar una pulmonía!, ¿y que va a ser de mi si te pasa algo?, de mi que estoy hecho un desecho humano en este sillón de mierda…; sin embargo tú todavía rebosas vida…, salud…, amor…

Como cada día a las diez de la mañana se abrió la puerta del cuarto y se vio aparecer el rostro amplio y mulato de la enfermera, e inexplicablemente para Genovevo, como cada día a esa misma hora Martha se marchó. No volvería hasta mucho después que se hubiera retirado la enfermera, esa mujer que se atrevía a cada cosa… Él estaba convencido de que Martha se marchaba porque no soportaba ver que después de tantos años el prefería que otra mujer lo bañara y recorriera su cuerpo todo con la sádica impudicia con que la enfermera lo hacía.

¡Ay! – Suspiró en su mente -, si ella supiera…"

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